La tarde estaba soleada, el ambiente se sentía tranquilo,
los lápices estaban en su sitio, los folios preparados, las velas en el altar, el
agua ante el Señor y los niños dispuestos con sus folios a ser ellos los protagonistas guiando su
primera confesión.
Estábamos en la iglesia de Santa María de Cervellón,
Marivi y Daniel los catequistas, 17 niños y niñas de cuarto de primaria del
colegio y sus familiares; en la primera banca se sentaron los pequeños, en sus rostros se dibujaba la ilusión y
expectativa frente al acto que dio inicio a las cinco de la tarde.
Comenzó el sacerdote poniendo la celebración en
manos de la santísima trinidad y seguido
dio paso a los niños y niñas que iban pasando con sus reflexiones, lecturas
cortas y concisas sobre el don del sacramento de la reconciliación, el
AMOR de Dios Padre, los brazos siempre
abiertos y disponibles y una iglesia que
está muy contenta y agradecida de que sus niños se acerquen a este hermoso
sacramento.
La Palabra de Dios tuvo voz en cinco niños que proclamaron de manera
encarnada la parábola del hijo prodigo, el sacerdote nos ofreció una viva homilía
y se valió de los mismos niños para hacer un dialogo de amigos hablando de
cosas de un gran Amigo. Un grupo de niñas leyeron un examen de conciencia adaptado
a sus vivencias diarias donde se preguntaba cosas tales como: si habían
ayuda en casa, si eran buenos compañeros, si compartían…
Escuchada y reflexionada la Palabra de Dios, hecho
el examen de conciencia cada niño tomo su lápiz y su folio y de rodillas
escribieron en la banca sus “Pecadillos”, escribieron lo que en medio de los
nervios, la ilusión y el misterio se les ocurría habían hecho mal para contárselo
a uno de los tres sacerdotes que esperaban sentados en las bancas de la
iglesia.
Al terminar las confesiones personales y recibir la bendición
del sacerdote los niños confiados y contentísimos de la limpieza de sus “vestidos
“fueron a tirar sus folios en una tinaja llena de agua, un símbolo que les
gusto mucho porque los pecados están escritos con lápiz para que el agua
limpiara sus vidas representadas en el pequeño folio y a si recibir la luz de
Cristo resucitado, esa luz que ellos mismos encendían ante el altar.
El regalo final fue recibir a nuestra Madre la
Virgen del patrocinio representada en una cadena que orgullosísimos lucían a
sus familias que esperaban ansiosos y creo que también muy orgullosos de ese
momento tan particular, personal y especial para la primera confesión de sus
niños.
Antes de cantar la última canción me parece que el Espíritu
Santo dio una bella luz al sacerdote y
es que “una sola luz no brilla mucho, pero todas unidas sí que pueden alumbrar”,
y así concluimos cantando la canción infantil de la anunciación.
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